25 agosto 2015

Illuminatus! Trilogy: La dronga

En menos de media hora, Joe había distribuido 92 vasos descartables de zumo de tomate con AUM, la droga que prometía convertir a los neófobos en neófilos. Se había apostado sobre Pioner Court, al norte del puente de la avenida Michigan, con una mesa y un cartel que decía ZUMO DE TOMATE GRATIS. Cada persona que bebía un vaso era invitada a completar un cuestionario breve y dejarlo en una urna allí instalada. De cualquier manera, explicaba Joe, el cuestionario era opcional, y quienquiera que quisiese beber el zumo y largarse, era bienvenido.

El AUM funcionaría en ambos casos, pero el cuestionario le daría al FLE la oportunidad de seguir sus efectos individualmente.

Un policía alto y negro se detuvo súbitamente frente al puesto. “¿Tiene permiso para esto?”.

“Por supuesto” dijo Joe con una rápida sonrisa. “Trabajo para la Corporación de Servicios Generales, y estamos probando una nueva marca de zumo de tomate ¿Quiere probarlo, oficial?”

"No, gracias” dijo el poli con expresión seria. “Hace dos años una banda a de yippies amenazó con echar LSD al suministro de agua de la ciudad. Déjeme ver sus credenciales”. Había algo frío, duro, y homicida en los ojos del policía, pensó Joe. Algo más allá de lo habitual. Éste debía ser un sujeto único, y el producto lo afectaría de manera extraordinaria. Joe miró la placa en su chaqueta y leyó WATERHOUSE. La cola detrás del patrullero Waterhouse iba haciéndose cada vez más larga.

Joe encontró el papel que Malaclypse le había dado y se lo dio a Waterhouse, quien lo miró y dijo “Esto no es suficiente. Parece que usted no tiene permiso para poner su puesto en Pioner Court bloqueando la circulación peatonal. Esta es un área transitada. Deberá moverse”. Joe miró las calles circundantes, el área pavimentada de ladrillos era una espaciosa plaza pública y claramente había espacio para todos. Le sonrió a Waterhouse. Estaba en Chicago y sabía qué hacer. Sacó un billete de diez dólares del bolsillo, lo dobló a lo largo y lo enrolló alrededor del vaso de plástico que llenó con zumo de tomate de la jarra que tenía en la mesa. Waterhouse bebió el zumo sin decir palabra, y cuando arrojó el vaso al cesto de basura el billete había desaparecido.

(...)

Detrás del contingente KCUF había un hombre pequeño que parecía un gallo con cresta gris. Más tarde, al leer los cuestionarios, Joe descubrió que le había dado AUM al Juez Calígula Bushman, una figura eminente en la justicia de Chicago.

(...)

Calígula Bushman, conocido como el juez más duro de Chicago, estaba procesando a seis personas acusadas de vandalismo contra una oficina gubernamental, destruyendo todos los muebles, arruinando los ficheros y arrojando una carretilla de excrementos de vaca por el suelo. Bushman interrumpió súbitamente el proceso a mitad de la exposición del fiscal, anunciando un llamado a la cordura. Para el desconcierto de todos, comenzó a formular una serie de preguntas bastante extrañas al Fiscal Estatal Milo A. Flanagan:

“¿Qué pensaría usted de un hombre que no solamente tuviera un arsenal en su casa, si no que, haciendo un enorme sacrificio financiero, estuviera recolectando un segundo arsenal para proteger al primero? ¿Qué diría si a su vez los vecinos de ese hombre, temerosos, coleccionaran armas para protegerse de él? ¿Y si este hombre gastara diez veces más dinero en su costoso armamento que en la educación de sus hijos? ¿Qué pensaría usted si uno de sus hijos criticara su hobby, y el hombre lo llamara traidor y vago, y lo desheredara? ¿Y si él tomara a otro hijo que siempre le obedeció fielmente, lo armara hasta los dientes y lo enviara por el mundo a atacar a sus vecinos? ¿Qué diría de un hombre que envenenara el mismo aire que respira y el agua que bebe? ¿Qué tal si este hombre no solamente riñera con los vecinos de su manzana, si no que se metiera en querellas ajenas en distintas partes de la ciudad, incluso en los suburbios alejados? Dicho sujeto sería claramente un esquizofrénico paranoico con tendencias homicidas, Sr. Flanagan. Ése es el hombre que debería ser procesado, y bajo nuestro moderno e ilustrado sistema de jurisprudencia, intentaríamos curarlo y rehabilitarlo en vez de simplemente castigarlo”.

“Hablando como juez,” continuó, “desestimo el caso por varias razones. El Estado, como entidad corporativa, es clínicamente un loco, y es absolutamente inadmisible arrestar, procesar y encarcelar a aquellos que no estén de acuerdo con sus políticas. Pero a pesar de ser obvio para cualquier persona con sentido común, dudo que éste criterio cuadre dentro de nuestro juego jurisprudencial americano. Así pues, dictamino que el derecho a destruir propiedad gubernamental está protegido por la Primera Enmienda de la Constitución de los EEUU, y por lo tanto, el delito del que se acusa a estas personas no es considerado como tal por la Constitución. Las propiedades estatales son propiedades del pueblo, y el derecho de cualquier persona a expresar disconformidad con su gobierno destruyendo propiedades gubernamentales es inviolable y no puede ser penado”. Estas nociones le habían llegado repentinamente al Juez Bushman mientras estaba hablando sin su toga. Le sorprendieron, pero ya había notado que su mente estaba trabajando más rápido y mejor aquella mañana.

Continuó: “el Estado no existe del mismo modo que una persona o una cosa, sino que es una ficción legal. Una ficción es una forma de comunicación. Cualquier propiedad poseída por una forma de comunicación, debe ser también una forma de comunicación. El Gobierno es un mapa, y los papeles del gobierno son el mapa de un mapa. El medio, en este caso, es definitivamente el mensaje, como afirmaría cualquier semántico. Entonces, cualquier acción física dirigida contra una comunicación, debe ser considerada también una comunicación, el mapa del mapa de un mapa. Por lo tanto, la destrucción de propiedades gubernamentales está protegida por la Primera Enmienda. Publicaré una opinión escrita más amplia sobre este punto, pero es mi dictamen que los acusados no deben sufrir arresto. Caso cerrado”.

Muchos espectadores salieron malhumorados del juzgado, mientras que los parientes de los acusados se abrazaban con lágrimas y risas. El Juez Bushman bajó del estrado pero permaneció en la sala, y fue el centro afable de un enjambre de periodistas (él estaba pensando que su opinión era el mapa del mapa del mapa de un mapa, o un mapa del cuarto orden ¿Cuántas otros tipos de simbolismo potencial había allí? Casi no escuchó los elogios que le llovían. Supo, por supuesto, que su decisión sería apelada; pero ya estaba aburrido de todos aquellos asuntos legales. Sería interesante sumergirse  profundamente en las matemáticas).

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