29 julio 2015

La rama dorada (15)

Frazer se ha extendido varios capítulos sobre los pueblos agrícolas, demostrando que tenían la costumbre de matar a las deidades del grano en su forma vegetal, o bien en forma animal o humana. Ahora se propone demostrar lo mismo sobre las culturas ganaderas y cazadoras.

Comienza con el sacrificio del buitre que hacían unos nativos norteamericanos. En su creencia el animal resucitará más tarde, de modo que siempre sacrifican la misma ave.

Acto seguido pasamos al sacrificio del carnero en el antiguo Egipto. Los fieles del dios Amón de Tebas consideraban sagrados a los carneros y no los sacrificaban. Excepto una vez al año, en el festival de Anión, en que mataban un morueco y con su piel vestían la imagen del dios. Para Frazer el dios se ha encarnado en el animal, y solo se detiene para analizar el significado de la piel de carnero. Al principio se viste la imagen del dios con la piel del sacrificio, pero luego la idea evoluciona y deriva en que se ha sacrificado a un animal en honor a la imagen del dios.

Sigue un ejemplo africano sobre occisión de la serpiente y conservación de su piel. Y otro sobre tortugas, aunque en este caso se mezcla con una idea de reencarnación de humanos en tortugas. Los indios zuñi traen a sus casas una tortuga, que se supone habitada por el espíritu de un pariente fallecido, y después se la mata para que el espíritu siga su camino. En este caso Frazer concluye que no se trata de sacrificar a un dios.

Más interesante resulta el ejemplo del oso entre los ainus del Japón. Son adoradores del oso, pero matan todos los osos que pueden. También entre algunos pueblos siberianos se dan rituales similares relacionados con el oso. Las conclusiones de Frazer le llevan a pensar que en realidad los osos son considerados como mensajeros de los dioses, y también piensan que resucitarán para volver a ser cazados. A partir de este ejemplo comenzará un nuevo capítulo sobre ritos de propiciación de los animales salvajes por parte de los cazadores.

Para el salvaje todos los animales tienen un alma, no solo los humanos. Por eso, el cazador se ve expuesto a la venganza del espíritu del animal que ha matado, o de sus parientes vivos. En consecuencia el salvaje tiene por regla respetar los animales fieros. Un dayako de Borneo no matará un cocodrilo salvo que antes un hombre haya muerto por  un cocodrilo. Varias tribus de Madagascar se creen descendientes de cocodrilos y consideran al reptil como un pariente, si tienen que ejecutar a uno de ellos por comerse una persona lo llorarán y enterrarán como si fuera una persona.

Un respeto similar puede darse hacia los tigres o las serpientes, pero no a todas las bestias. Algunas deben ser usadas como alimento, y el cazador debe disculparse por matarlas. Los kamchatkos cuando cazan un oso le intentan convencer de que lo han matado los rusos para que descargue contra ellos su venganza. Otros cazadores se disculpan, o tratan de convencer al animal de que lo han matado por accidente. Siguen varios ejemplos de respeto ritual hacia las piezas cazadas, o pescadas como la ballena.

 En Bali se caza a los ratones que asolan los arrozales, y se les quema en gran número, pero a dos de los capturados se les deja vivir y se les hace reverencia como si fueran dioses.

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